Mis próximas líneas serán bastante breves, dadas a una ocasional --sin duda a culpar al verano-- sequía de ideas y general distracción, y ellas están dedicadas a una pregunta en apariencia muy general y absurda, quizás para muchos bastante recurrida, pero que ha ocupado mis pensamientos y mucha de mi energía de introspección desde hace aproximadamente dos meses en las que me ví confrontado con la muerte. Y esa es, ¿cuál es el sentido de la vida?
Hace no mucho tiempo leía fragmentos del libro The Ancestor's Tale. A pilgrimage to the Dawn of Life del naturalista británico Richard Dawkins, dicho sea de paso, un ateo convencido. En este libro, que es básicamente un libro de biología contado en un formato casi literario, Dawkins aborda la biografía del presente hacia el pasado de distintas especies animales, incluido el ser humano. Una pregunta central de la investigación biológica ha sido, más que el del origen de las especies (tratado por primera vez por Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución), el origen de la vida en la Tierra. Mientras las religiones han dado este hecho un explicación a su propio estilo, la biología ha concluido que se trata de una casualidad que grupo de moléculas se transformara en aminoácidos (Watson y Crick) que daría origen a materia viviente, que respira, se alimenta, se reproduce y muere, entendida esta muerte en leyes de la física solo como una transformación de la materia y el principio de que nada se crea ni se destruye, sino que solo se transforma.
Mientras tanto, ha sido larguísimo el viaje entre aquel primigenio instante hasta el día de hoy. Y, en ese trayecto vital, en un momento hace aproximadamente 10,000 años, tuvo lugar la transición que dio origen a los seres humanos modernos: momento que Stanley Kubrick, en las primeras escenas de Space Oddissey, representa en un homínido que utiliza un hueso como herramienta y endereza su torso por primera vez.
Visto dentro de la larga cartografía de la evolución, la Humanidad es una especie extremadamente joven. No hace mucho apenas nos encontrábamos trazando dibujos en cavernas, aprendiendo a utilizar las primeras herramientas, y migrando de un sitio a otro hasta poblar el planeta entero. ¿Pero qué diferencia hay entre los seres humanos y el resto de los seres vivos? Probablemente la diferencia fundamental está en la conciencia de la muerte: es decir, la certeza absoluta de que la vida tiene un final. Y creo que la lucha contra la muerte, o, dicho de una forma menos bélica, la permanente tensión contra esta, es lo que ha dado origen a la civilización. ¿Qué no es, pues, el origen de la caza y la recolección mas que el impulso de alimentarse para mantenerse con vida?, ¿qué no es la creación del fuego la lucha contra el frío?, ¿qué no son las ciudades el horror hacia la naturaleza y sus depredadores, en las que las civilizaciones encontraron acogida contra los elementos que, aún así, tarde o temprano encuentran su camino para destruirlas?, ¿qué no es la lucha contra la muerte y la explicación de esta el motor de la medicina y la religión? La civilización y la cultura son las herramientas que surgen de esa permanente lucha entre la vida y su final: entre continuar más allá de este plano o desaparecer de la memoria de los que se quedan. Los monumentos fúnebres, de diversos calibres, que han construido las culturas desde sus etapas más primitivas, son la prueba más grande de nuestro deseo por permanecer.
La historia universal, y en particular la occidental, está sembrada de momentos críticos de una confrontación colectiva con la muerte. Desde la peste bubónica en el siglo XIV, la desaparición masiva de pueblos nativos en la América descubierta, hasta las dos guerras mundiales y la posterior sombra de la bomba atómica, siendo su eco más reciente la catástrofe nuclear en Fukushima en 2011. Los existencialistas ateos, entre cuyos representantes más famosos se encuentra Jean Paul Sartre y Albert Camus, dieron por hecho que tras la muerte había más que la nada absoluta y la única forma de enfrentar dicha conciencia era a través de la angustia o de la indiferencia total. (Recuerdo aquí al Mersault de El extranjero, de Camus). Dicha angustia no está, a mi juicio, mejor representada en ningún lado que en aquel oscuro diálogo entre Raskolnikow y Sonia Marmeladow en Crimen y castigo, donde aquel reprocha a ésta la inexistencia de dios. Los existencialistas ateos dejaron dicho que la existencia es absurda y que esta no tiene ningún sentido mas que la constante marcha de la vida hacia el momento final.
En nuestro siglo XXI, en el que el tiempo parece moverse estrepitosamente, parece que la respuesta a la pregunta sobre al sentido de la vida tiene muchas respuestas: unos lo encuentran en el consumismo, en gastar dinero como una especie de ansiedad por permanecer a través de los objetos, que se transforman en fetiche (recomiendo aquí el volumento The Social Life of Things, 1988, editado Arjun Appadurai); otros encuentran el sentido a sus vidas en una permanente mucha por encontrarle su sentido más puro y original (p. ej. hay que pensar en los movimientos veganos y vegetarianos, éstos, por cierto, muy antiguos ya y de larga tradición en Alemania, o todo el movimiento hipster que no es más que una combinación de consumismo y nostalgia por un pasado mejor para proyectar a un presente hipertecnologizado). Otro ramo lo encuentro en las personas que buscan aventuras y sensaciones fuera de medición aventureros, deportistas extremos, gente que va caminando de Noruega hasta Ciudad del Cabo, en motocicleta desde Alaska hasta Tierra del Fuego, etc. etc. La respuesta al sentido de la vida es totalmente individual. Báisicamente la respuesta que yo he encontrado para mí mismo, está en que el sentido de la vida no es más que:
- el interminable espectro de las emociones humanas
- la excitación y aburrimiento
- las estaciones del año (sean cuatro, sean dos, sea solo una)
- el universo de los sentidos (olfato, gusto, tacto, oído)
- el bosque y los campos
- el tráfico y el asfalto
- los elementos básicos (agua, viento, fuego y tierra)
- el arte y el lenguaje
- sueños y pesadillas
- la propia profesión
- las posibilidades del cuerpo y las distintas etapas en el desarrollo de este (el placer, el dolor, el flujo de adrenalina)
- nuestra interacción con otros seres vivos (o los seres inanimados a los que damos importancia como, por ejemplo, el ordenador en el que ahora redacto esta entrada)
El sentido de la existencia está, para mí, simplemente en la aguda percepción del mundo: en la percepción del tiempo y la observación cuidadosa de la época en que me ha sido dado existir, haya sido por una intervención suprema o una simple casualidad biológica de las leyes del Universo. Y también está, sin duda, en la conciencia de la muerte y la conciencia de ésta como motor de la propia vida.
Cologne
27.7.14
Herr B.