Donnerstag, 11. September 2014

El 11 de septiembre en Chile. Una mirada panorámica de los tiempos de dictadura y posdictadura


Hoy es el 11 de septiembre. Para los estadounidenses y gran parte del mundo occidental, esta fecha está vinculada a los hechos ocurridos en el año 2001, cuando el ataque a las llamadas torres gemelas cambió por completo la imagen que el primer mundo había tenido de su existencia hasta aquel momento. Mientras los actuales discursos de la memoria se centran en este acontecimiento, que todavía tiene un fuerte impacto por su cercanía temporal, en Chile el 11 de septiembre tiene un significado distinto: El 11 de septiembre de 1973 marca una fecha decisiva e inolvidable para la historia chilena. En este día se llevó a cabo un golpe de estado por las fuerzas armadas con el bombardeo del palacio de la Moneda. 


Los años 60 y 70 en Chile estaban marcados por una creciente polarización del pueblo chileno con una división insuperable entre los partidos de izquierdas y los de derechas; una situación que también se veía en otros países hispanoamericanos tras la revolución cubana en 1959, como fenómeno de la llamada Guerra Fría (Codoceo 2007: 26).
En 1970, el candidato de la Unidad Popular chilena, Salvador Allende, ganó las elecciones parlamentarias con un 36 % (Tibussek 2007: 5) y empezaba a poner en práctica su política socialista que culminó con la nacionalización del cobre (Codoceo 2007: 33). El clima de polarización dentro de la población chilena se agravó y varios grupos de derechas se juntaron en contra de este nuevo gobierno. Contaron con un fuerte apoyo de los Estados Unidos que impusieron sanciones económicas contra Chile y que gastaron un total de ocho millones de dólares para fortalecer las acciones golpistas (Íbid.: 35). Tras el golpe militar en los días después del 11 de septiembre se instaló una dictadura militar bajo el mando del general Augusto Pinochet que se consolidó con la sistemática violación de los derechos humanos. Basándose en el grado de estas violaciones, el historiador Jaime Couso creó tres fases de la dictadura chilena (Couso 2008: 205-209):
La primera fase se sitúa en los días y meses después del golpe de estado, cuando los militares eliminaron todo tipo de oposición y llevaron a cabo un masivo encarcelamiento de sus oponentes. Algunos presos, sobre todo los representantes del gobierno anterior, fueron llevados a lugares desconocidos donde solían ser ejecutados. Otros fueron encarcelados en centros de detención, como por ejemplo en el Estadio Nacional en Santiago de Chile (Íbid.: 205s).
La segunda fase de la dictadura (1974-1977) se caracteriza por la acción sistemática de la llamada Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), órgano que se ocupaba de la detención, de la tortura y del homicidio de todos los posibles enemigos del régimen. La DINA no solo actuó en Chile sino también en otros países hispanoamericanos. Durante esta fase ocurría el mayor número de desapariciones forzadas y se puede hablar de un terror arbitrario por parte del estado. A causa de una creciente presión internacional, la DINA fue sustituida por el Central Nacional de Informaciones (CNI) en 1977, lo que marcó el inicio de la tercera fase, según Couso. Sin embargo, se puede decir que las dos agencias no se diferenciaban mucho entre sí y que seguían violando los derechos humanos hasta el final de 1990. Otro punto que marca el paso de la segunda a la tercera fase era una ley de amnistía aprobada por el régimen en 1978, que abarcó todos los delitos cometidos entre 1973 y 1978 y que hacía casi imposible su condena posterior (Íbid.: 206-209).
Hasta los años 80, no existía una organización de oposición capaz de actuar (Codoceo 2007: 86). Eso cambió con la nueva constitución en 1980 que previo un plebiscito para el año de 1988 en el que se debió decidir sobre la continuación del régimen militar con la opción de abrir el paso para la democracia. En este momento, la oposición se juntó para empezar una campaña que anima al pueblo chileno a votar con el “No”. Los historiadores opinan que esta campaña tenía un efecto decisivo en el resultado del plebiscito: En 1988, la continuación de la dictadura fue rechazada por la población con casi un 55 % de los votos (Íbid.: 154) abriéndose así las puertas hacia la democracia.
Sin embargo, la transición chilena tenía muchas limitaciones que hacen difícil hablar de un verdadero cambio democrático. Para entender esta hipótesis, hay que estudiar en detalle los primeros gobiernos democráticos y sus implementaciones políticas.
En las primeras elecciones democráticas tras el golpe de estado que tuvieron lugar en 1999, fue elegido como presidente el cristiano-demócrata Patricio Aylwin (Tibussek 2007: 10), que había participado antes en la oposición contra la dictadura. Aunque su programa electoral había prometido la busca de la justicia (Codoceo 2007: 257s), la realidad política tras las elecciones era totalmente distinta: No existió ninguna confrontación del gobierno nuevo con el régimen, y las palabras que se escuchaban eran de reconciliación y olvido. En 1990 se creó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación que publicó un informe en 1991 (Íbid.: 263),  conocido como el Informe Rettig con referencia a uno de los miembros de la comisión. Aunque este informe tuvo algunos rasgos positivos, como el hacer pública la verdad sobre las violaciones de los derechos humanos y la provisión de indemnizaciones para las víctimas,  sus efectos eran limitados porque solo se ocuparon de casos de muerte o con presunción de muerte, dejando fuera los casos de tortura, y además no hicieron públicos los nombres de los victimarios, convirtiendo así los crímenes en delitos anónimos (Íbid.: 300). Hay que tener en cuenta que la comisión tuvo un trabajo arduo porque no existió ninguna colaboración por parte de las fuerzas armadas. Sin embargo, Fernando Codoceo opina que no es posible la reconstrucción de la verdad sin el nombramiento de los responsables del pasado. “Letztendlich handelt es sich um die Verleugnung eines Verbrechens und um eine Schutzmassnahme (sic!), die die Straffreiheit der Täter, die diese aufgrund des Amnestiegesetzes bereits genossen, perfekt ergänzte.“ (Íbid.: 271)
Además de tratar a los responsables del antiguo régimen con demasiado respeto, el gobierno de Aylwin no logró cambiar la constitución excepto unas pequeñas modificaciones. Pinochet mismo tomó el papel de comandante en jefe de las fuerzas armadas y nombró a senadores y miembros de la corte suprema con las llamadas leyes de amarre (Couso 2008: 211s). Es decir que no se produjo una ruptura con el pasado sino que la democracia misma fue construida con la base y los actores de la dictadura, teniendo así muy poca credibilidad.
El siguiente gobierno a partir de 1994, bajo Eduardo Frei Ruiz-Tagle, también cristiano-demócrata, era aún más indiferente con respecto a las violaciones de los derechos humanos cometidas durante la dictadura (Codoceo 2007: 306). Sin embargo, se creó una llamada Mesa de Diálogo en 1999, donde representantes de diferentes sectores y distintas opiniones políticas se juntaron para debatir y luego asignar a las fuerzas armadas el escribir un informe con las informaciones acerca de la localización de los desaparecidos. Incluso en un momento tan decisivo, en el que se creía en la oportunidad de encontrar la verdad, llegó a conocerse que algunos militares habían retenido informaciones (Íbid.: 323). No existió una democracia estable.
Además de eso, el gobierno chileno se involucró en una lucha jurídica para apoyar al ex-dictador  que fue detenido en Londres en 1998 como resultado del esfuerzo del abogado español Baltasar Garzón (Íbid.: 334). La comunidad internacional quería juzgar a Pinochet mientras que el gobierno chileno hacía todo lo posible para evitarlo. Al final, Pinochet regresó a Chile en el año 2000 por razones humanitarias. Por lo menos se puede decir que algunos chilenos habían sido animados por los acontecimientos sucedidos en Europa, así que empezó una nueva lucha jurídica dentro de Chile (Couso 2008: 224).
Asimismo, se publicó el Informe sobre Prisión Política y Tortura, también llamado el Informe Valech en noviembre de 2004. Este informe reconoció oficialmente que hubo casos de tortura durante la dictadura, catorce años tras el final de ésa. Al publicar el informe, el presidente socialista Ricardo Lagos, elegido en 2000, pronunció un discurso en el que proclamó “Para nunca más vivirlo, nunca más negarlo” (Lagos 2004).

Pinochet murió en diciembre de 2006 (Couso 2008: 224). Aunque había perdido sus privilegios como senador vitalicio, nunca fue condenado por sus acciones durante la dictadura. Las reacciones del pueblo chileno a su muerte mostraron la todavía existente división de la opinión pública (Rinke 2007: 195): Mientras miles de seguidores de Pinochet visitaron la capilla ardiente en la Escuela Militar de Santiago de Chile para despedirse del ex-dictador, el gobierno bajo Michelle Bachelet se negó darle los honores de estado (Anónimo en ElPais.com 2006).
Aunque en el año 2008 se llegó a condenar a Manuel Contreras, jefe de la DINA (Fuchs 2010: 1), prevalecieron las opiniones derechas en la sociedad chilena. Eso se vio en el resultado de las elecciones de 2010, cuando fue elegido como presidente Sebastián Piñera, que había ocupado un cargo político bajo la dictadura de Pinochet.
Sin embargo, desde principios de 2014, Michelle Bachelet ha vuelto a asumir el cargo de presidenta de Chile. Como hija de un general y miembro del gobierno de la Unidad Popular que murió tras ser torturado en 1973, Bachelet se fue al exilio en Europa para evitar ser detenida. Representa la recuperación del poder por parte de las víctimas de la dictadura militar. Bachelet persigue una agenda política de “reencuentro” entre las víctimas y los victimarios. Como ha dicho ayer en un acto conmemorativo: “Chile necesita más verdad y más justicia. Chile necesita sentir que las heridas, por hondas que sean, van sanando. Chile necesita saber que el reencuentro es posible, y que la convivencia democrática está por sobre cualquier diferencia.” (La Voz, 11.09.2014) Si realmente consigue realizar este meta en la problemática situación política actual, es una pregunta a la que se tendrá que responder en otro lugar.


Bibliografía
ANÓNIMO
2006     “Muere el dictador chileno Augusto Pinochet”, en: ElPais.com http://www.elpais.com/ articulo/internacional/Muere/dictador/chileno/Augusto/Pinochet/elpepuint/20061210elpepuint_5/Tes (13.07.2011)
ANÓNIMO
2014     “Bachelet, por verdad, justicia, y reencuentro”, en: LaVoz.com.ar http://www.lavoz.com.ar/mundo/bachelet-por-verdad-justicia-y-reencuentro (11.09.2014)
CODOCEO, Fernando
2007     Demokratische Transition in Chile. Kontinuität oder Neubeginn?, Berlin: Wissenschaftlicher Verlag Berlin

COUSO, Jaime
2008     “Übergang zur Demokratie und Post-Transitionsjustiz in Chile”, en: F. Muñoz Conde, T. Vormbaum (eds.): Transformation von Diktaturen in Demokratien und Aufarbeitung der Vergangenheit, Berlin/New York: Walter de Gruyter, pp. 201-234
LAGOS, Ricardo
2004     “Para nunca más vivirlo, para nunca más negarlo”, citado del apéndice de A. Dorfman: La muerte y la doncella, 2005: Stuttgart: Reclam, pp. 91-96
OEHRLEIN, Josef
2010     “Sebastián Piñera. Der Berlusconi Chiles?” en: Frankfurter Allgemeine Faz.net http://www.faz.net/artikel/C31325/sebastian-pinera-der-berlusconi-chiles-30053871.html (16.07.2011)
RINKE, Stefan
2007     Kleine Geschichte Chiles, München: C.H. Beck

TIBUSSEK, Mario
2007     Aufarbeitung von Menschenrechtsverletzungen und ihren Folgen in der Literatur. Beispiel: Chile nach 1973, Saarbrücken: VDM Verlag Dr. Müller