Recientemente escuché una anécdota de boca de una chica que había estudiado español en el colegio en Baden-Würtemberg. Me contó que su profesor peruano hablaba en el curso con acento español. Más adelante alguien comentó que había tenido otro profesor boliviano que también hacía lo mismo. Por un momento pensé que se trataría de un error de percepción --quizás estas personas no sabían diferenciar un acento del otro-- o de un complejo de inferioridad de los profesores que, para ser aceptados, ocultaban concientemente su acento e imitaban otro con perfectas habilidades teatrales. Sin embargo finalmente me enteré que la escuela había obligado a dichos profesores a imitar el acento ibérico --y cuál de todos los acentos ibéricos existentes, cabría saber aún--. La historia --de ser real-- me pareció total y absolutamente absurda, por dos razones: la primera es porque este tipo de debates de quién habla mejor o peor español quedó, en el ámbito hispanoparlante, enterrada en el siglo XIX y ahora solo ha quedado a nivel de chiste. Segundo, por la simple razón de que la uniformidad y la idea de un "centro rector" es un mito más refutado que nunca al más mínimo nivel de la ciencia lingüística. Me sorprendía más aún que esto sucediera en el seno de escuelas de educación básica del Estado, pues evidentemente no están al tanto de cómo funcionan las instituciones y las instancias que se ocupan de regular (por llamarlo así) la lengua española en el vasto territorio del mundo hispánico. Ciertamente en dichas escuelas quienes presuntamente exigen a sus profesores hablar de una sola forma, probablemente no solo son ignorantes de lo que sucede en el ámbito hispanohablante y de la naturaleza de la lengua, sino incompetentes porque ignoran cualquier principio de teoría lingüística moderna e incluso el hecho de que en España hay distintas formas de hablar. No quiero aquí profundizar además en el hecho inaceptable -que debería tener consecuencias jurídicas por ser un atropello a su dignidad humana- de que a un profesor se le exija fingir algo que no es.
La Real Academia Española surgió en el siglo XVIII a imitación de la Academie Francaise, inspirada en el espíritu de la ilustración, buscando dar un método y una forma al aparato vivo de la lengua. Como en muchas otras disciplinas, la ilustración dotó a la filología de nociones de lo correcto y lo incorrecto, de lo puro y de lo impuro, de lo regulado de aquello que está aún por regular.
Sin embargo, como la historia misma lo demuestra, una lengua es como una galaxia en expansión que comenzó en un big bang primigenio. En el trayecto palabras como estrellas nacen y mueren, viajan --como cometas-- y se estrellan con otros sistemas donde generaron nuevas estructuras y donde cambiaron y mutaron los significados. Tan pronto como los primeros ibéricos se encontraron con América las palabras comenzaron a viajar. Cristóbal Colón --que era realmente italiano-- ya se ocupó de apuntar palabras que había escuchado de los indígenas caribe como "canoa", y otras más que Antonio de Nebrija se aceleró a incluir en sus diccionarios. Un hecho interesante que apuntar es que de aquellos ibéricos que llegaron a América muchos eran judíos y/o árabes conversos, y con ellos viajaban no solo la memoria de sus respectivas lenguas, sino toda la cosmovisión de sus religiones suprimidas en la Península.
El español --así como cualquier otra lengua medianamente expandida como el inglés o el francés-- no es una lengua: es una diversidad de lenguas más o menos unificadas bajo criterios en los que lo correcto y lo incorrecto ha dejado de existir para dar paso a criterios de lo gramatical y lo agramatical, de lo que está en uso y lo que está en desuso, de lo que está extendido y a lo que está limitado. El español es, ante todo, una lengua trasatlántica. La RAE tiene un funcionamiento muy distinto al que tuvo originalmente y hoy trabaja basándose en los hechos de la lengua y en su pluralidad: hoy día hay cerca de 115 millones de hablantes del español en México, 47 millones en Colombia, 46 millones en España y 41 millones en Argentina, solo por mencionar a los países con grandes números. Solo en los Estados Unidos de América --país que por cierto no tiene una lengua nacional oficial-- hay cerca de 40 millones de personas que hablan el español en alguna de sus variantes.
Hasta ahora el intercambio tan intenso que se da a través de la televisión (telenovelas o culebrones, programas de concursos, reportajes), el cine (quién no ha visto las películas del español Almodóvar o las del mexicano González Iñarritu), de la literatura y de las publicaciones populares (revistas), así como instancias como la RAE y las respectivas academias nacionales, han permitido que no se haya dado un cisma lingüístico como el que ya ha sucedido entre el portugués brasileño y el portugués europeo (que se enseñan incluso por separado). Sin embargo, nada puede garantizar que esto permanezca así en los próximos siglos porque, como lo es siempre, el flujo de la Historia es más poderoso que cualquier otra instancia humana. Mucho se habla, por ejemplo, triunfalistamente de la fuerte presencia del castellano en los Estados Unidos, pero suele no verse que el inglés no ha perdido siquiera un poco de terreno frente al español, y que los US Hispanics tienen que utilizar el inglés en una enorme cantidad de ámbitos, además del hecho de que el inglés sigue siendo la lengua franca con otras minorías: si bien los hispánicos son hasta ahora el grupo étnico minoritario más grande, no son el único, y la tasa migratoria --que trae consiguo nuevos inputs lingüísticos-- se ha reducido dramáticamente en los últimos 10 años. Nadie puede afirmar si en tres siglos el español de EEUU seguirá pareciéndose al actual: o si siquiera existirá. El inglés --curiosamente sin necesidad de ninguna academia ni institución parecida-- ha logrado subsistir y adaptarse en cinco continentes e imponerse como lengua franca internacional en todos los ámbitos de la vida (desde la economía hasta la ciencia, pasando por la cultura popular y entretenimiento).
En todo caso, educar a los jóvenes pensando que van a aprender un español "puro" y "único" es educarlos para enfrentarse a un tapiz detrás el cual se esconde una realidad más vasta. Pretender decirles que hay solo una forma (sea cual sea), es educarlos para un mundo lingüístico que no existe. Más bien debería aproximárseles al español haciéndolos conscientes de que lo que en el aula se les proporciona es solamente una base, un punto de partida hacia un viaje que, según sus necesidades e intereses, los llevará a diversos campos. Pretender que se van a confundir o van a aprender mal, es pretender que son incapaces de aprender y reaprender, de adaptarse y readaptarse. El conocimiento cambia y se actualiza: esa es su naturaleza y su esencia. Así como la de cualquier lengua viva.